DIGNIDAD

jueves, 26 de agosto de 2010

MÉRIDA Y LISÍSTRATA

Acueducto de los Milagros

Anteayer la cagué. Estuve corriendo con Mateo y, aunque empecé a notar que me dolía el tendón de Aquiles –ya me dolió el viernes-, no hice caso y seguí corriendo. Cuando hube dejado a Mateo a su bola y llevaba 34 minutos corriendo, al embocar la Canaleta l’Indio de vuelta, zas, la “pedrada”. No hubo manera de seguir. Incluso andando renqueaba. Y me di cuenta de que me había equivocado, de que tenía que haber descansado. Conclusión, confirmada por Eva, la fisio: ahora toca esperar más tiempo antes de reanudar los entrenamientos que si, atendiendo a mi cuerpo, a sus avisos, hubiera reposado. Ya no sé si llegaré a tiempo de correr el “Tarazonica”. En fin, ajoyagua.

Antes de eso, le contaba a Mateo que fuimos a Mérida el día 7. Me hubo regalado Pepa, por mi cumpleaños, la entrada para la representación, el día 8, en su magnífico Teatro Romano, de Lisístrata, una obra –genial y de rabiosa actualidad- de Aristófanes. Después del veranico tan majo que llevábamos, en cuanto a las temperaturas bonancibles me refiero, en Mérida nos ahogábamos de calor. Dejamos que el día transcurriera en sus horas de sol al abrigo del aire acondicionado de la habitación. Aún hacía calor de noche cuando fuimos a ver el Puente Romano, así que nos metimos en una heladería en la calle John Lennon y no salimos hasta que no nos hubimos rehidratado y repuesto un algo. Antes de irnos al lecho, pudimos ver el Templo de Diana y algo del Foro. El Arco de Trajano lo vimos muchísimas veces: aparcamos al lado nada más llegar.

En realidad, desde el día de mi cumpleaños, estaba yo pensando sólo en ver la obra de teatro que he mencionado. No había caído en lo que tiene Mérida de ver y admirar. Cuando compré el libro de Historia en 3º de bachiller, en la portada vi un acueducto que no era el famoso famosísimo de Segovia. Y me llamó mucho la atención. En el interior decía que la imagen de la portada correspondía al Acueducto de los Milagros de Mérida. Pues bien, no había caído en que tenía la oportunidad de verlo hasta esa noche del 7 de agosto en la que pergeñamos un plan a seguir al día siguiente para ver las cosas de esa ciudad. ¡Qué ganas tenía de verlo! Empezamos por él y no me desilusionó en absoluto. Al contrario. Iré, iré más veces a Mérida, en otro tiempo –sin calores ni sofocos-, y me quedaré ratos viéndolo. Dicen que se llama así porque es un milagro que no se haya caído. El de Segovia te hace decir ¡pero por favooor..! Pero es que el de Mérida también.

Después vimos más cosas, que Mérida no tiene desperdicio. No las voy a ir diciendo, porque tardaría y aburriría al personal. Sin embargo, sí que quiero decir algo en contra de cómo funciona allí la cosa: desde la Alcazaba, el trayecto para acceder a la Casa del Mithreo a pie, adolece de falta de indicaciones. El horario del que teníamos conocimiento abarcaba hasta las 13:45, por la mañana. Tenía su explicación: a esa hora se cierran las puertas, para que a las dos puedan irse, supongo que a comer, los porteros. Pues bien, si hubiera estado indicado convenientemente por dónde se accedía, hubiéramos llegado a las 13:25, más o menos. Pero, como tuvimos que desandar el camino equivocado, llegamos cuando mi reloj marcaba las 13:40 –y en los de otras tres personas que también estaban por allí eran las 13:38 y 13:39 (dos de ellas)-. Pues bien, la trabajadora portera –llevaba al cuello una especie de identificación colgada- nos dijo que ya no se podía entrar. Y uno que había a su lado –que no llevaba identificación, así que no sabemos si era un amigo de la anterior que tenía hambre y mesa reservada en algún lugar- dijo, al comentar mi señora “qué hora es pues”, mirándonos –no miró a ningún reloj-, que las dos menos cuarto. Aquí Mateo me dijo que él hubiera llamado a la policía para denunciar el hecho y, sobre todo, quedara constancia de la hora a la que se estaba produciendo el mismo. Pero nosotros, aunque también nos enojamos, preferimos mantener la paz.

Bien, después de todo, llegamos bien preparadicos a disfrutar del arte de la interpretación. El Teatro Romano de Mérida es un lugar excelente para eso. La noche mejoró y no pasamos calor. Qué bien allí, en segunda fila. Prefería haber estado ante una Lisístrata más fiel o, mejor dicho, menos ambientada en la actualidad y en las actualidades. En realidad, fiel al texto de Aristófanes era. Y al espíritu de la obra, también. En fin, puesto que lo que hallé es lo que había, lo que hallé es lo que me dispuse a disfrutar. Y lo hice. No me gustaron algunos de los actores, una tal Antonelli me pareció nefasta. Pero no enturbiaron aquello. Así que, aunque me perdí la actuación de Sambayá, no desperdicié el fin de semana: Mérida y Lisístrata merecieron la pena, me dejaron turulato.

Y luego, poco después de contarle esto, cuando Mateo siguió haciendo un recorrido mayor, voy y me lesiono y tengo que ir, para ir medio cómodo, hasta con gayata. Me cagüen.

1 comentario:

Rockberto dijo...

Bueno, había olvidado decir que la obra empezó un cuarto de hora tarde, estando los asientos ocupados desde antes del momento en que hubiera debido empezar, porque hubo que esperar a que las autoridades tuvieran a bien acercarse.

¡Las autoridades! Son parecidas en cualquier lugar, ¿eh? Pa mí que los que gobiernan, en general, no son los más preparados, sólo los que tienen más cara dura (cuentan que la fámula de Unamuno, ante unas elecciones, dijo: "Don Miguel, ¿por qué no se presenta usted, con lo inteligente que es? Por eso, hija mía, por eso precisamente", contestó el filósofo).

Pero eso es otra historia, de eso ya hablaremos otro día.