DIGNIDAD

domingo, 26 de julio de 2020

NEFANDA ESTÚPIDA SOBERBIA NEFASTA



No ha lugar a comentarios

Caminábamos Mateo y yo. Está muy bien entrenado, pero, como él lucía mustio esta mañana y yo aún no puedo hablar corriendo, hemos hecho el recorrido andando. Sin acordarlo, siquiera.
Tiene un ahijado, llamado Ary Gani, que nació en India. Ahora, después de unos años aquí, se ha vuelto. A Jaisalmer. Es oriundo de muy cerca, de Koriya, en medio del desierto de Thar. Barren las puertas de las casas, no creáis que por estar en un desierto dejan de ser curiosicos. Y no deja de ser curioso que lo hagan tan a conciencia en pleno desierto. Y, bueno, será una aldea, pero pedí a su tío que me llevara a la escuela. Con mucho orgullo me la enseñó, bien hermosa que es. Me dijo que había unos 55 niños escolarizados. En primaria.
Bueno, mucho preámbulo va ya. Me ha ido contando Mateo que ya tenían dos hijos, Ary y Sofía, su mujer. Española, ella. En Jaisalmer han conocido a Gonzalo y Arias, dos españoles, algo mayores que ellos. No gustan demasiado -por así decir- a Mateo. Han convencido a Sofía de no vacunar a los niños. Y ahora, el mayor, que tiene alrededor de 6 años, está postrado: ha contraído la poliomielitis. Parece que no va a perder la vida, pero las neuronas de su médula se han visto afectadas y no puede andar. Hoy en día permanece encamado y tratan de que recupere algo. Para eso han de desplazarse a Mumbai, que es donde dicen que hay un hospital que puede hacer que, al menos, pueda ser autónomo el niño, con fisioterapia y unas muletas.
No es esto lo malo. O lo peor. Lo peor es que hace una semana que falleció la pequeña Lakshmi. Por difteria. Tampoco la habían vacunado, se dejaron llevar por un magufo de los antes nombrados.
Ahora, se pregunta Mateo, ¿qué vida espera a los que quedan? ¿A Ary, a Sofía y a Atithi, que parece que va a quedar paralítico -y menos mal, insisto, que no ha muerto -?
No entendemos, ninguno de los dos, que el personal ponga en duda aquello que está demostrado que funciona. Y sin argumentos. Ser escéptico está bien, cuando se pueden oponer razones con valor similar a aquello de lo que se duda. Pero, cuando la cultura no alcanza, cuando no hay nivel, entonces no condice. No se me ocurrirá discutir las características que dicen que tiene el Lantano. Hay quienes dicen que la tierra es plana… ¡y es imposible! Pero no nos riamos, que es serio, que pueden hacer mucho daño: a mi amiguico Ary le han destrozado la vida, y a Sofía, Atithi y Laksmi. Y a Mateo, que no puede, encima, acercarse para estar con ellos.
Está mustio.

lunes, 20 de julio de 2020

COMO UNA FUTESA... PERO NO


 La venden con trapillo y todo, como los de limpiar las gafas

(trapillo que, por cierto, no he usado: la lavo bajo el grifo, bien lavada)

He salido esta mañana, por primera vez desde marzo, a andar y a correr. Esto último no podía hacerlo de sopetón, no me lo permiten la carencia de entrenamiento ni los kilos de más que arrastro. Así que, de los siete, he corrido 3 kilómetros. Y me he enfadado y me he propuesto escribir por ello. Sé que me pasaré de las 399 palabras, pero me da igual.

Iba con mi mascarilla, de las azules, similar a las que alguna vez me tocó ponerme cuando andaba por los quirófanos. No iba mal mientras andaba, aunque lo hiciera rápido. A los dos kilómetros he empezado a correr. Y sí, era tal la dificultad, que me he enfadado.

Propugno hacer lo que se nos dice respecto a ese artilugio. Es decir, usarlo: se me han muerto por el COVI19, que yo sepa, tres personas queridas y otras tres, al menos, también muy queridas, lo han padecido, así que, si no hubiera estado convencido antes… Hace unos días, un doctor en mascarillología, trabajador de un comercio de aquí al lado, me llamó la atención porque llevaba puesta yo una mascarilla como la que podéis ver en la foto. Me dijo que no era útil. Al preguntarle que por qué, no supo responderme sino: “porque no piensas en los demás”. ¡Vaya argumento! Yo procuré calmarme y hablar de manera educada. Él seguía. E insistía, me daba cuenta, en tratar de indisponerme con los demás clientes. Menos mal que nadie le hizo caso, ni siquiera su compañera de la otra caja. Lo dejé. Y, como, días después, otro doctor del ramo, el de las mascarillas, también me reprochó que la llevara, diciéndome asimismo que no sirve –quien, por cierto, no portaba, ni siquiera en el bolsillo, tal objeto-, mi Pepa me pidió, por favor, que no la usara más, que no tenía ganas de más enfrentamientos con este tipo de “sabios policías”. Pero esta mañana me he cabreado y la usaré.

Voy a explicarme. Bueno, uebos me es decir antes que, al menos un juez y la dueña de un comercio, aquí en Zaragoza, las usan. Y nadie les ha recriminado por ello. La utilidad puede verse: es un material, plástico, impermeable. No voy a explicar lo que hace 43 años estudié, sobre epidemiología y profilaxis, ni sobre las gotitas de Pflügge y las de Wells. De modo sencillo diré que, cuando nos sonamos, nos ponemos el pañuelo debajo de la nariz, con muy bien criterio, pues los mocos van hacia abajo. Hacia el bigote, digamos. Cuando hablamos, o escupimos, lo hacemos hacia delante –incluido el campeón del mundo del deporte de escupir huesos de oliva-. Así pues, esa mascarilla, construida con ese material, es más eficaz que la que portaba el primero de los doctores en mascarillología, porque impide el paso de nuestros mocos y nuestra saliva al ser barrera y al ser impermeable. Además, su limpieza es eficaz. Y sencilla. Y me permite respirar con mayor facilidad. Por ejemplo, para hacer deporte.

El señor trabajador que me quiso poner en evidencia llevaba puesta, como digo, una de las azules, de las comunes. Yo di por sentado que no hacía 4 horas desde que la hubo estrenado. Y que la había manipulado correctamente. No vi que se lavara las manos de ningún modo cuando, apareciendo desde el fondo del establecimiento, se instaló en la caja, pero no supuse que hubiera habido interferencias desde que lo hubo hecho, o sea, que no tocó algo que lo hubiera podido contaminar y que me pudiera contagiar a mí. Este señor no sabe de mis dolencias. Ni de mi mascarilla. No sé cómo se llama ni me importa. A él lo que le preocupaba era que mi mascarilla es más cómoda –estoy seguro- e indisponerme con las demás personas que había allí, lo que no habla en su favor. En cuanto al trato con personas, tengo experiencia: no me costaba nada dispensar el trato respetuoso que todos merecemos -y de ello puede dar fe Manolo Sarria-. Si vuelvo a ese comercio –que frecuentaba y al que no he vuelto aún desde aquel día- y me vuelve a decir algo, a lo mejor me dirijo a sus empleadores por su bien, para que lo apunten a cursillos de habilidades sociales y mejore en su desarrollo profesional. Y personal.

Mañana correré con mi mascarilla perita.

 

lunes, 15 de junio de 2020

ATITHI

Desde Cabañas, casi veríamos Tauste
           
Dije al final de mi anterior intervención, cuando me despedía, puesto que había tardado tanto en escribir y, tal vez por ello, lo había hecho de manera prolija, que pudiera ser que volviera a hacerlo el día siguiente. Mañana, dije. O el siguiente mañana. Sin embargo, esos mañanas han pasado a pasado.
El primer día que pude moverme por la provincia fui a Tauste, a ver a mi padre, y me di de bruces con la primavera. Así puede verse en la foto. Ahí estaba. Esa primavera que dije que pillaríamos empezada. Va a acabar a la vez que la imposibilidad de movernos como, cuando y donde nos plazca. Es decir, saldremos directamente al verano. Bueno, pues bien, pues qué pasa: nos ha tocado así. Mateo me ha dicho que siente que ha perdido la primavera. Yo no. Aunque me la haya encontrado en el campo, con sus ababoles y todo, que dicen que allí donde están es porque no hay herbicidas o pesticidas o cosas químicas así. No es que no me haya dado cuenta, que desde mi balcón he ido viendo cubrirse los troncos y ramas de los abundantes árboles. A estas alturas, apenas intuyo por entre el follaje a los peatones enmascarados (enmascarillados, quizá sea el término más apropiado) que deambulan por mi calle, de tan espeso. Eso también es primavera, también la veo desde mi ventana.
No sé si lo he convencido de algo, a Mateo. Paseábamos recordando cosas gordas que han pasado en este tiempo. Las buenas, sobre todo, que las ha habido. Cuando habla, tras la mascarilla, el sonido de su voz es nuevo para mí: me suena a hueco y provisional, y entenderle me cuesta, he de esforzarme, poner no poca atención. En nuestras elucubraciones, aún le digo que tras las mascarillas hemos de escondernos, de parapetarnos… y acabo con esa idea mía de la hipocresía de vestirse sin necesidad. Hay quienes la conocéis, de entre los que estáis leyendo. Para quienes no, otro día la digo, que ahora no va a caber.
Alguien nos ha dicho que no puede respirar. Ningún degenerado le estaba estrangulando con la rodilla, pero no era la causa ajena a la acción del hombre. Le he dicho –a Mateo, digo- que habrá que ir pensando en moverse en bici, aunque esté, más que desentrenado, anquilosado. No podemos volver a ensuciar nuestro medio hasta el punto de que oigamos decir que no se puede respirar porque el ambiente es irrespirable. Hemos tenido tiempo para pensar, sin embargo, hasta ahora no se me había ocurrido que coger la bici es una de las cosas que puedo hacer, que puedo cambiar, para que podamos respirar bien el tiempo que lo hagamos. Aunque esa persona que me ha dado la idea no va a llegar, ya, a tiempo para siquiera montarse en una.
           

sábado, 4 de abril de 2020

APENAS VOY A HABLAR DE LA COVID-19 Y DEL COVI-19



Bucólica desobediencia en la Calle San Vicente de Paúl, en Zaragoza
(imagen de la que no soy autor y no sé quién la tomó. Citaría a la persona artista…)

Hace tres días, chispa más o menos, una amiga de Tauste me dijo “Buenos días… ¡la nieve en primavera… algo bueno nos espera!” Así supe que había nevado en mi pueblo y que era algo a arrostrar con optimismo. Estuvo bien.
Hogaño vamos a pillar la primavera empezada. Y sí, hay algo bueno que esperar: mi Laura parirá pronto a su hijo, mi primer nieto, Noah. Lo conoceré más adelante. A lo mejor pueda tenerlo en mis brazos a la mediación de esta primavera tan extraña que crece ahí afuera.
Cada día es nuevo. Nunca, antes, hemos experimentado lo que nos viene. Es verdad que ahora nos está tocando vivir cosas que, al menos por lo intempestivo y por lo bestia, nos sorprenden y espantan. Y nos descolocan. Porque son excepcionales… me viene a la cabeza el Decamerón. Lo leí, gracias a doña Matilde, con pocos años, trece, quizá. Y recuerdo que me dejó doble solivianto su lectura, el primero de ellos, muy grato, tenía que ver con ciertos despertares a lo lúbrico. El segundo se refiere a la inquietud que me producía imaginar como apodíctica una situación similar a la que Boccaccio relata, refiere o narra.
Uebos me es decir que no quiero repetir o ser pesado hablando de lo que se habla, aunque quiero añadir lo que se me antoje al respecto.
Por ejemplo, que hace dos semanas, un pachucho de mi edad, decía que ahora seríamos todos soldados. Lo hizo con sonrisa sardónica, gesto que no supe, ni sé, interpretar, porque puede que nos mostrara, con guasa, que, lo quisiéramos o no, todos habríamos de ser como él, es decir, personas que consideran que su cometido es el de guerrear. Parecía feliz, mostrando un innumerable ornato de chapitas en su guerrera (nótese el nombre de la prenda), como si nos hubiera acorralado, como si no pudiéramos contradecirle. Y no, no es así, “quinto”: no soy soldado. No quiero. No quise ser soldado ni lo fui (me costó lo mío conseguirlo… “pero eso es otra historia”). A ver si tenemos claro que, para evitar la enfermedad, no hace falta la soldadesca como tal (al fin y al cabo, el soldado es, por definición, servidor de la guerra y, por ende, paladín de la violencia… -de la guerra, como torpeza y fracaso y estupidez y degeneración de los humanos declaradores de ella, ya hablaremos, si eso, otro día-). A ver si tenemos claro que hacen falta otros saberes, actitudes e instrumentos; que nos hacen falta conocimientos, acciones y rasmia pro-humanidad. No hay enemigo al que vencer. Hemos de procurar no enfermar y hemos de curarnos, si enfermamos. Qué estúpido lenguaje, el belicista.
Mi amigo Josemari me llamó ayer. Me gustó mucho. Cuando me llama Josemari, suena en mi teléfono Take Five, de Dave Brubeck., porque le gusta mucho a él esa pieza y yo la he seleccionado como la suya, la que suena cuando él me llama. Ayer no, porque había quitado el sonido. Ayer lo cogí porque lo vi sonar. Me llamó, entre otras cosas, para decirme que se había muerto el bueno de Paco. El amigo Paco: no pudo superar la enfermedad provocada por el virus CoVi-19. La última vez que sonó Take Five en mi teléfono, también es casualidad, estaba con Paco, y con Maribel y Lourdes, en el Berroy. Había quedado con Josemari allí. Entró y, como no me vio, me llamaba. Y yo al lado. Y me despedí de Paco emplazándole a ir a Málaga juntos para enseñársela bien, que dijo que le había gustado pero que le faltaron cosas… y ya llevaré a Maribel, a Paco, no.
Ahí enfrente, en la otra parte de la calle a la que dan mi puerta y mi balcón, hay una residencia, de las de la tercera edad, en la que Jesús, uno de mi pueblo, me dijo hace unos meses que se había venido a vivir. ¿Qué será de él? Ahí también trabaja gente a la que aplaudir a las ocho de la tarde.
Saldremos de este lío. La adaptación es la supervivencia. Veremos cómo. Me gustaría que lo hiciéramos con despacio, es decir, con sosiego y parsimonia. Con humildad y aspirando a la paz, a la felicidad de todos. Con sabiduría, habiendo aprendido, por una vez, de algo, de una desgracia. Pensando en Shibu, mi amigo de Kochi, en Kerala, y en tantos humanos pisoteados por otros humanos. Con consciencia y conciencia. Ya veremos.
Bueno, hoy he hablado mucho. Claro, hacía tanto que no lo hacía… Dispensad. Ya hablaré menos, y de otras cosas, mañana o pasado mañana.