En lo que a lo confesional respecta, en ese
preciso –o no- capítulo, las convicciones de cada cual, sus creencias, incluso
la ideología, no creo que sea la escuela el lugar idóneo para propagarlas. Yo no
fiaría en que mis creencias fueran impartidas a mis herederos en lugar tan
público y por gentes de quienes desconozco su grado de preparación, similitud,
concordancia, sinceridad, honestidad y, en fin, habilidades y facultades que
creo han de tener sin duda comunidad o, incluso comunión, con mi propia
intencionalidad.
La cosa educacional es social, ambiental y,
como hoy se viene usando, "multidisciplinar", es decir, que todos nos vamos
haciendo por lo que nos viene de muchos campos. Todas esas informaciones las
procesa el individuo en su interior, en su “casa”, eso es lo ecológico –no olvidemos
que “ecos” es una palabra que procede del griego y que significa hogar- Así
pues, se ha de empezar por el hogar, en todos los sentidos. Y sobre todo. Y fiar
en la escuela para este menester, para algo que parece tratarse, amén de la fe,
supuestamente según dicen, de la cosa de los principios, y de modo exclusivo,
me hace pensar que es de irresponsables; que, quien lo hace, hace dejación de
sus tareas, vamos.
La religión –la que sea- impartida en la
escuela interfiere de manera distractora con los aprendizajes diversos que me
parecen propias misiones de ese lugar. De los principios, universales por
supuesto, de convivencia, por ejemplo. Si evoco mi desarrollo escolar,
recordándolo, no me viene a la cabeza ninguno de mis coetáneos y condiscípulos
que no hiciera mofa de aquella asignatura y que no se aburriera con ella. Así
pues, quienes quieran que sus hijos sean seguidores de su credo, me parece que
así no aciertan. Y, si lo que quieren es hacer proselitismo, aún creo que
yerran más.
Ahora bien, si lo que quieren, chulescamente,
es manifestar esa chulería, lo hecho es dar en el clavo. Claro, en ese caso, el
ministro es la prueba irrefutable de que dos títulos universitarios no eximen de
ser imbécil. Pero imbécil perdido.
Y el remate de mis asertos lo doy diciendo a los hijos de estos padres que quiero que sepan que éstos –sus padres-
no se han preocupado, realmente, de la salud de sus almas –de las de ellos, de las
de los hijos de esos padres-, sino de hacer ver su poderío “gonadal” –y esto en
el caso varonil, que es, al fin, el que tiene la influencia, el poder, en la
cuadrilla eclesial católica, que es de la que hablamos-, imponiendo que la religión –ésa- esté en las
aulas.
(Puede observarse la imbecilidad a la
que antes he aludido leyendo el enlace pinchando en la palabra imbécil)