DIGNIDAD

jueves, 20 de diciembre de 2012

ESPERO NO WERT RELIGIÓN ALGUNA EN LA ESCUELA DE TODOS




En lo que a lo confesional respecta, en ese preciso –o no- capítulo, las convicciones de cada cual, sus creencias, incluso la ideología, no creo que sea la escuela el lugar idóneo para propagarlas. Yo no fiaría en que mis creencias fueran impartidas a mis herederos en lugar tan público y por gentes de quienes desconozco su grado de preparación, similitud, concordancia, sinceridad, honestidad y, en fin, habilidades y facultades que creo han de tener sin duda comunidad o, incluso comunión, con mi propia intencionalidad.

La cosa educacional es social, ambiental y, como hoy se viene usando, "multidisciplinar", es decir, que todos nos vamos haciendo por lo que nos viene de muchos campos. Todas esas informaciones las procesa el individuo en su interior, en su “casa”, eso es lo ecológico –no olvidemos que “ecos” es una palabra que procede del griego y que significa hogar- Así pues, se ha de empezar por el hogar, en todos los sentidos. Y sobre todo. Y fiar en la escuela para este menester, para algo que parece tratarse, amén de la fe, supuestamente según dicen, de la cosa de los principios, y de modo exclusivo, me hace pensar que es de irresponsables; que, quien lo hace, hace dejación de sus tareas, vamos.

La religión –la que sea- impartida en la escuela interfiere de manera distractora con los aprendizajes diversos que me parecen propias misiones de ese lugar. De los principios, universales por supuesto, de convivencia, por ejemplo. Si evoco mi desarrollo escolar, recordándolo, no me viene a la cabeza ninguno de mis coetáneos y condiscípulos que no hiciera mofa de aquella asignatura y que no se aburriera con ella. Así pues, quienes quieran que sus hijos sean seguidores de su credo, me parece que así no aciertan. Y, si lo que quieren es hacer proselitismo, aún creo que yerran más.

Ahora bien, si lo que quieren, chulescamente, es manifestar esa chulería, lo hecho es dar en el clavo. Claro, en ese caso, el ministro es la prueba irrefutable de que dos títulos universitarios no eximen de ser imbécil. Pero imbécil perdido.

Y el remate de mis asertos lo doy diciendo a los hijos de estos padres que quiero que sepan que éstos –sus padres- no se han preocupado, realmente, de la salud de sus almas –de las de ellos, de las de los hijos de esos padres-, sino de hacer ver su poderío “gonadal” –y esto en el caso varonil, que es, al fin, el que tiene la influencia, el poder, en la cuadrilla eclesial católica, que es de la que hablamos-, imponiendo que la religión –ésa- esté en las aulas.

(Puede observarse la imbecilidad a la que antes he aludido leyendo el enlace pinchando en la palabra imbécil)