Desde Cabañas, casi veríamos Tauste
Dije al
final de mi anterior intervención, cuando me despedía, puesto que había tardado
tanto en escribir y, tal vez por ello, lo había hecho de manera prolija, que
pudiera ser que volviera a hacerlo el día siguiente. Mañana, dije. O el siguiente
mañana. Sin embargo, esos mañanas han pasado a pasado.
El primer
día que pude moverme por la provincia fui a Tauste, a ver a mi padre, y me di
de bruces con la primavera. Así puede verse en la foto. Ahí estaba. Esa
primavera que dije que pillaríamos empezada. Va a acabar a la vez que la
imposibilidad de movernos como, cuando y donde nos plazca. Es decir, saldremos
directamente al verano. Bueno, pues bien, pues qué pasa: nos ha tocado así.
Mateo me ha dicho que siente que ha perdido la primavera. Yo no. Aunque me la
haya encontrado en el campo, con sus ababoles y todo, que dicen que allí donde
están es porque no hay herbicidas o pesticidas o cosas químicas así. No es que
no me haya dado cuenta, que desde mi balcón he ido viendo cubrirse los troncos
y ramas de los abundantes árboles. A estas alturas, apenas intuyo por entre el
follaje a los peatones enmascarados (enmascarillados, quizá sea el término más
apropiado) que deambulan por mi calle, de tan espeso. Eso también es primavera,
también la veo desde mi ventana.
No sé si lo
he convencido de algo, a Mateo. Paseábamos recordando cosas gordas que han
pasado en este tiempo. Las buenas, sobre todo, que las ha habido. Cuando habla,
tras la mascarilla, el sonido de su voz es nuevo para mí: me suena a hueco y
provisional, y entenderle me cuesta, he de esforzarme, poner no poca atención.
En nuestras elucubraciones, aún le digo que tras las mascarillas hemos de escondernos,
de parapetarnos… y acabo con esa idea mía de la hipocresía de vestirse sin
necesidad. Hay quienes la conocéis, de entre los que estáis leyendo. Para
quienes no, otro día la digo, que ahora no va a caber.
Alguien nos ha
dicho que no puede respirar. Ningún degenerado le estaba estrangulando con la
rodilla, pero no era la causa ajena a la acción del hombre. Le he dicho –a
Mateo, digo- que habrá que ir pensando en moverse en bici, aunque esté, más que
desentrenado, anquilosado. No podemos volver a ensuciar nuestro medio hasta el
punto de que oigamos decir que no se puede respirar porque el ambiente es
irrespirable. Hemos tenido tiempo para pensar, sin embargo, hasta ahora no se
me había ocurrido que coger la bici es una de las cosas que puedo hacer, que
puedo cambiar, para que podamos respirar bien el tiempo que lo hagamos. Aunque
esa persona que me ha dado la idea no va a llegar, ya, a tiempo para siquiera
montarse en una.