DIGNIDAD

sábado, 9 de septiembre de 2023

SI ZASCANDIL, MALASOMBRA

 

En 2014 nos dio por volver a India. Fuimos al sur, esa vez. En Kumili, población de Kerala, estado que es muga con Tamil Nadu, asistimos a un espectáculo que recomiendo, el Kathakali.

Allí la lengua que hablan se llama malayalam. Tiene una grafía distinta de la nuestra. Y de la de sus vecinos, los tamiles. Ambas, además, se escriben con alfabetos distintos del hindi, que también es distinto del urdu, del panyabí... en fin, hay en India, que yo sepa, 22 lenguas con alfabetos distintos entre sí. Son, además, lenguas que ya hace siglos que existen y que, además, están muy vivas.

En aquel lugar habría doscientas personas, alto o bajo. Los únicos occidentales, Mariajosé y yo. Los demás, indios turistas, que los hay y muchos. Había familias del Punjab, de Tamil Nadu, de Varanasi, del Rajastán, de Guyarat, de Maharastra… incluso del Himalaya (habría de más sitios, pero, que me conste, de los que menciono).

El espectáculo empezó con una introducción. Yo no me habría enterado de nada si hubiera sido en malayalam o en cualquiera de las otras lenguas de ese maravilloso país. Probablemente, muchos de los otros espectadores también se habrían quedado a dos velas. Pero el maestro de ceremonias nos habló en inglés. Llamé la atención de mi mujer sobre el día en el que estábamos: era el día 9 de noviembre. Entendió en seguida qué quería yo decirle: este hombre quería comunicarse con el auditorio.

El ánimo o la intención de entenderse quienes se dedican, o deben dedicarse, a procurar la convivencia de los ciudadanos, debiera ser, creo yo, el primer punto. Las 350 personas que están en el Congreso de los Diputados de España saben castellano.

El 1 de octubre de 2017 volvió a liarse la cosa en Cataluña. A finales de ese mes, los de ERC dijeron de uno que era un traidor por no declarar la independencia. Poco después, cuando el 27 la declaró, le dijeron tarado. Y, luego, huyó. Pues bien, ahora, ese al que dijeron tarado, que no es diputado, parece que se ha erigido en negociador con los representantes del pueblo español. Pone unas condiciones para que el grupo del que parece que es socio dé el visto bueno a la investidura de algún presidente del gobierno que sólo a él beneficiarían (y, bueno, de paso, a los otros que le acompañaron en su huida). Mientras, se quedaron aquí, y fueron a la cárcel, algunas de las eminencias que procuraron aquel asunto, es decir, los que dieron la cara. El caso es que, si se empecinan en no facilitar, o auspiciar, la formación de gobierno del estado que tanto dicen odiar, habría que volver a celebrar elecciones. Y en ese caso, y mira que no soy proclive yo a los vaticinios, esa formación que ha delegado en él estoy seguro de que obtendría muchos menos votos y, por ende, diputados, de los que ya le van quedando. Lo que a ese señor de Waterloo le debe importar poco.

Si no fuera porque me revienta la incapacidad por salir de estos atolladeros quienes tienen el deber de entenderse para hacer posible lo necesario -expresión que usó mi querido Perico Arrojo y me gustó y la repito-, podría resultarme hasta divertido que se repitieran las elecciones y ver las caras que se les quedan a más de uno de los que tanto gustan de estorbar y molestar.


sábado, 22 de julio de 2023

LAS CONVENIENCIAS

 


             Nos encontramos la semana pasada en Málaga con un amigo muy querido al que hacía mucho que no veíamos, Rayul Tayib.

            Ya en Tauste, Mateo lo recordaba. Recordaba que, cuando se jubiló, hace unos veinte años, nos invitó a un ágape en La Cónsula, que, por supuesto, disfrutamos. Y también que, en los postres o en las copas, le preguntó si siempre había sido de izquierdas. Por situar la cosa, diré que este amigo había estudiado Química. Su padre le sufragó esos estudios en una universidad del sur, de donde eran ellos. La pregunta tenía cola: “… si vosotros sois de posibles”. Nuestro amigo se jubilaba del oficio en cuyo desempeño lo habíamos conocido, es decir, se jubilaba de profesor del instituto del que era director hacía unos años. Su mujer, del mismo pueblo, era farmacéutica. Y propietaria de una farmacia. Es decir, no andaban mal de dinero.

            Nos contestó que sí y añadió un ejemplo que nos bastara para apoyar su ideario. Dijo que durante la vida hay que ir tomando decisiones. Y que lo lógico -o lo pragmático, que estos científicos suelen usar ese término y su metodología para todo- es que veamos las opciones en términos de conveniencia. Es decir, trataremos de hacer lo que más nos convenga. Se echó a reír al citar ese concepto en relación con los matrimonios. Decía que él se había casado con su mujer porque lo vio como la opción más conveniente: era la persona a la que amaba desde chico, así que le convino casarse para convivir con ella. O sea, que los matrimonios, todos, son “de conveniencia”, digan lo que digan quienes legislan. Y, en fin, así todo. Nos conviene no cruzar andando las autopistas porque es peligroso. Nos conviene no beber litros de alcohol. Puso más ejemplos, para acabar diciendo que le convenía que hubiera educación pública por motivos obvios, dado su trabajo: habría más estudiantes y, por tanto, plazas de profesores. Después, cuando los estudiantes obtuvieran los niveles exigidos en cualquiera de sus campos, podrían trabajar. De esa manera, con tributos, se podría establecer una sanidad pública que precisaría de médicos -su hija es intensivista en un hospital- y celadores y enfermeros, etc. Y de farmacéuticos. En resumen, la derecha no pretende auspiciar esto ni, mucho menos, propiciarlo. Lo curioso es que, con el plan que propone la izquierda, que es, resumiendo, el bien común, todos los habitantes obtendríamos beneficios. Con el de la derecha, sólo se beneficiarían unos cuantos, y de manera obscena, además. En modo alguno conseguirían beneficios la mayor parte de quienes les votan.

            Recordaba nuestro amigo el otro día, en Málaga, esta conversación. Y nos añadió que quizá, si él supiera de psicología social, de antropología, de filosofía o de sociología, pudiera ser capaz de explicarse cómo es posible que el personal no vote lo que más le conviene. Decía sentir escalofríos cuando pensaba en cómo hubiera gestionado la derecha la pandemia reciente, en lo sanitario y en lo económico, y las consecuencias de la guerra en el Este de Europa. Por poner dos ejemplos, nada más. Muchos de los derechos humanos, reconocidos ya, cuya intención de cargárselos proclaman como una especie de mantra o, mejor, un canon, perjudica a todos. Incluso a quienes los derogan. Por eso dice Rayul Tayib que no entiende a esos humanos. No sólo que no sean buenas personas, sino, sobre todo, que sean inconvenientes.