DIGNIDAD

lunes, 11 de septiembre de 2017

CHILE, SÍ. CLARO QUE SÍ


           “Se han cargado a Allende”. Hace 44 años que oí esas cinco palabras y recuerdo con nitidez la expresión de estupor y tristeza inmensos de mi padre, cuando se las dijo a mi madre. Luego, mirándose ambos, quedó el silencio.

            También recuerdo que, antes de lo que digo, era yo muy pequeño todavía, ya pensaba en los gobernantes como personas que me inspiraban poca confianza. Entendiendo esto que digo en el sentido de que sus actuaciones profesionales, vamos a decirlo así, como seres falibles, y como decisiones muy trascendentes -que habían de tomar- y complicadas que habían de ser, podían acarrear consecuencias graves, si se cometían errores (daba por hecho que eran honrados).

            Nunca, desde que recuerdo, he comprendido que fiemos en otros en el plano de lo absoluto, en lo que se refiere a creer que tienen la razón y, por tanto, confiemos en que jamás fallen. Sirven de ejemplo quienes rigen las confesiones religiosas o quienes gobiernan los países o los grupos, grandes o pequeños. Desde chico he cuestionado a cualquier líder. No es que me sienta orgulloso: la cosa era así.

            Disminuye la esperanza cuando se ve que esos de los que hablo apartan la honestidad de entre sus intenciones y obvian procurar hacer posible lo necesario (por necesario entiendo la libertad, la dignidad, la justicia y la justeza, la igualdad, el bien común). Porque, cuando eso desaparece, lo que queda es una pantomima, una burda charlotada, un cúmulo de mentiras mal engarzadas con intenciones aviesas, vergonzosas y vergonzantes. No era el caso de Salvador Allende.

            Desde muy joven accedí al teatro. A leer teatro, a ver y a hacer teatro. A disfrutarlo y amarlo. Y es insoportable ver la impostura, la burla, la grotesca representación de quienes tienen la encomienda de organizar, de gobernar España y Cataluña, no la de hacer teatro: no pueden reírse de nosotros con esos deleznables espectáculos que proporcionan y perpetran.

           Me ha dicho Mateo que dijo el profesor Lledó: "Lo peor es que un indecente con poder decida sobre la vida de un pueblo".