DIGNIDAD

sábado, 22 de julio de 2023

LAS CONVENIENCIAS

 


             Nos encontramos la semana pasada en Málaga con un amigo muy querido al que hacía mucho que no veíamos, Rayul Tayib.

            Ya en Tauste, Mateo lo recordaba. Recordaba que, cuando se jubiló, hace unos veinte años, nos invitó a un ágape en La Cónsula, que, por supuesto, disfrutamos. Y también que, en los postres o en las copas, le preguntó si siempre había sido de izquierdas. Por situar la cosa, diré que este amigo había estudiado Química. Su padre le sufragó esos estudios en una universidad del sur, de donde eran ellos. La pregunta tenía cola: “… si vosotros sois de posibles”. Nuestro amigo se jubilaba del oficio en cuyo desempeño lo habíamos conocido, es decir, se jubilaba de profesor del instituto del que era director hacía unos años. Su mujer, del mismo pueblo, era farmacéutica. Y propietaria de una farmacia. Es decir, no andaban mal de dinero.

            Nos contestó que sí y añadió un ejemplo que nos bastara para apoyar su ideario. Dijo que durante la vida hay que ir tomando decisiones. Y que lo lógico -o lo pragmático, que estos científicos suelen usar ese término y su metodología para todo- es que veamos las opciones en términos de conveniencia. Es decir, trataremos de hacer lo que más nos convenga. Se echó a reír al citar ese concepto en relación con los matrimonios. Decía que él se había casado con su mujer porque lo vio como la opción más conveniente: era la persona a la que amaba desde chico, así que le convino casarse para convivir con ella. O sea, que los matrimonios, todos, son “de conveniencia”, digan lo que digan quienes legislan. Y, en fin, así todo. Nos conviene no cruzar andando las autopistas porque es peligroso. Nos conviene no beber litros de alcohol. Puso más ejemplos, para acabar diciendo que le convenía que hubiera educación pública por motivos obvios, dado su trabajo: habría más estudiantes y, por tanto, plazas de profesores. Después, cuando los estudiantes obtuvieran los niveles exigidos en cualquiera de sus campos, podrían trabajar. De esa manera, con tributos, se podría establecer una sanidad pública que precisaría de médicos -su hija es intensivista en un hospital- y celadores y enfermeros, etc. Y de farmacéuticos. En resumen, la derecha no pretende auspiciar esto ni, mucho menos, propiciarlo. Lo curioso es que, con el plan que propone la izquierda, que es, resumiendo, el bien común, todos los habitantes obtendríamos beneficios. Con el de la derecha, sólo se beneficiarían unos cuantos, y de manera obscena, además. En modo alguno conseguirían beneficios la mayor parte de quienes les votan.

            Recordaba nuestro amigo el otro día, en Málaga, esta conversación. Y nos añadió que quizá, si él supiera de psicología social, de antropología, de filosofía o de sociología, pudiera ser capaz de explicarse cómo es posible que el personal no vote lo que más le conviene. Decía sentir escalofríos cuando pensaba en cómo hubiera gestionado la derecha la pandemia reciente, en lo sanitario y en lo económico, y las consecuencias de la guerra en el Este de Europa. Por poner dos ejemplos, nada más. Muchos de los derechos humanos, reconocidos ya, cuya intención de cargárselos proclaman como una especie de mantra o, mejor, un canon, perjudica a todos. Incluso a quienes los derogan. Por eso dice Rayul Tayib que no entiende a esos humanos. No sólo que no sean buenas personas, sino, sobre todo, que sean inconvenientes.