Ya en Tauste, Mateo lo recordaba.
Recordaba que, cuando se jubiló, hace unos veinte años, nos invitó a un ágape
en La Cónsula, que, por supuesto, disfrutamos. Y también que, en los postres o
en las copas, le preguntó si siempre había sido de izquierdas. Por situar la
cosa, diré que este amigo había estudiado Química. Su padre le sufragó esos
estudios en una universidad del sur, de donde eran ellos. La pregunta tenía
cola: “… si vosotros sois de posibles”. Nuestro amigo se jubilaba del oficio en
cuyo desempeño lo habíamos conocido, es decir, se jubilaba de profesor del
instituto del que era director hacía unos años. Su mujer, del mismo pueblo, era
farmacéutica. Y propietaria de una farmacia. Es decir, no andaban mal de dinero.
Nos contestó que sí y añadió un
ejemplo que nos bastara para apoyar su ideario. Dijo que durante la vida hay
que ir tomando decisiones. Y que lo lógico -o lo pragmático, que estos científicos
suelen usar ese término y su metodología para todo- es que veamos las opciones en
términos de conveniencia. Es decir, trataremos de hacer lo que más nos
convenga. Se echó a reír al citar ese concepto en relación con los matrimonios. Decía que él se había casado con su mujer porque lo vio como la opción más
conveniente: era la persona a la que amaba desde chico, así que le convino
casarse para convivir con ella. O sea, que los matrimonios, todos, son “de
conveniencia”, digan lo que digan quienes legislan. Y, en fin, así todo. Nos conviene
no cruzar andando las autopistas porque es peligroso. Nos conviene no beber litros
de alcohol. Puso más ejemplos, para acabar diciendo que le convenía que hubiera
educación pública por motivos obvios, dado su trabajo: habría más estudiantes
y, por tanto, plazas de profesores. Después, cuando los estudiantes obtuvieran
los niveles exigidos en cualquiera de sus campos, podrían trabajar. De esa
manera, con tributos, se podría establecer una sanidad pública que precisaría
de médicos -su hija es intensivista en un hospital- y celadores y enfermeros, etc.
Y de farmacéuticos. En resumen, la derecha no pretende auspiciar esto ni, mucho
menos, propiciarlo. Lo curioso es que, con el plan que propone la izquierda, que
es, resumiendo, el bien común, todos los habitantes obtendríamos beneficios. Con
el de la derecha, sólo se beneficiarían unos cuantos, y de manera obscena,
además. En modo alguno conseguirían beneficios la mayor parte de quienes les
votan.
Recordaba nuestro amigo el otro día,
en Málaga, esta conversación. Y nos añadió que quizá, si él supiera de psicología
social, de antropología, de filosofía o de sociología, pudiera ser capaz de
explicarse cómo es posible que el personal no vote lo que más le conviene. Decía
sentir escalofríos cuando pensaba en cómo hubiera gestionado la derecha la
pandemia reciente, en lo sanitario y en lo económico, y las consecuencias de la
guerra en el Este de Europa. Por poner dos ejemplos, nada más. Muchos de los derechos humanos, reconocidos ya, cuya intención de
cargárselos proclaman como una especie de mantra o, mejor, un canon, perjudica
a todos. Incluso a quienes
los derogan. Por eso dice Rayul Tayib que no entiende a esos humanos. No sólo
que no sean buenas personas, sino, sobre todo, que sean inconvenientes.
3 comentarios:
Inteligente y profunda reflexión, entendible a todos niveles
Muy conveniente, oportuna y necesaria esta reflexión, gracias
frascomerlo@gmail.com
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