DIGNIDAD

lunes, 29 de junio de 2009

QUÉ BIEN Y QUÉ COSAS


Alameda de Hércules, refrescaíta

Anteayer, alrededor de las dos de la tarde, armado de toda la paciencia del mundo, oía con Mariajosé la radio, mientras tratábamos de escapar del monumental atasco que se había montado en Sevilla, por Resolana, Muñoz León y Ronda de Capuchinos. Fue el día en el que en todos los sitios se hablaba de Mickael Jackson, pero en ese momento, lo que me llamó la atención fue que una mujer pedía que se hicieran manifestaciones o concentraciones o algo así en toda España, por él. Qué cosas.

Pues sí, por cierto, he estado desde el domingo, día 21, en Sevilla. Me da la gana decir el sitio en el que estuve hospedado, por lo bien que estuve y lo bien que me trataron: Patio de la Cartuja. Está situado a la vera de la Alameda de Hércules, o sea, en tol cogollo. He disfrutado mucho allí, callejeando, charrando con el personal... son cálidos los sevillanos. Bueno, también quiero mencionar a la única persona a la que no quiero volver a ver, la estanquera del Estanco Alameda, allí mismo, en la Alameda de Hércules: no recuerdo –y son 52 tacos ya- haber tratado con alguien más soso y más saborío en mi vida. Nada que ver con las estanqueras de Tauste, la verdad. Pero es lo de menos, pues he sentido la calor de los sevillanos, el trato deferente, agradable, ameno. También he decidido estos días cambiar una letra de una sevillana. Ya digo, namás que una letra: “Sevilla tiene un color especial...” La verdad, de que el color fuera especial no me he dado cuenta, pero sí que tiene un calor especial. La calificación no le va por ser más húmedo, por ejemplo, en La Cartuja que en Nervión. No se la doy yo, al menos. Para mí, lo que tiene de especial es lo mucho. Mucha calor, la calor sevillana.

Como digo, callejear y observar al personal ha sido lo que más me ha gustado, lo que más me ha entretenido. También, al lado de la entrada de los Reales Alcázares, me fijé en un anuncio que dice por dónde se va al Postigo de Adb-el-Aziz. Está mal escrito por ambos lados y es un cartel oficial. Me extraña que nadie haya reparado en el error para, así, repararlo, alguien de Turismo o qué sé yo. En el propio Postigo no, ahí está bien, con la b entre la a y la d, o sea, Abd-el-Aziz. Qué curioso.

Varias veces me ha tocado pasar por la Catedral y ver a los mineros de Boliden allí concentrados, manifestando sus quejas. También el viernes me enteré de que, definitivamente, se habían encerrado dentro del templo, e iniciado una huelga de hambre. Qué cosas.

Había muchos negros por todos los sitios. Muchos pedían, pero ninguno daba la vara. Por cierto, también oí una noticia casi a la vez que la del óbito de Jackson: habían estado a punto de morir de hambre en Lepe unos cuantos negros. Sería porque tenían menos posibles que Mickael Jackson, claro. Y no hubo mucha noticia acerca de esto, ni, por supuesto, manifestaciones. Qué cosas.

El jueves, día 25, después de mucho pasear, nos apeteció sentarnos a descansar en Santa Cruz, en el Bar Las Teresas. Allí había una camarera genial, que hablaba muy bien castellano, inglés, alemán y japonés, más simpática que ella sola. Es un garito bien majo, bien montado, al lado de la calle Lope de Rueda. Ya repuestos, nos dirigíamos a pasear un poquillo por Triana y, cruzando el puente de San Telmo, me encuentro con Paco y Antonio. Vaya casualidad. Ambos son amigos de Málaga; bueno, Paco es sevillano, pero vive en Málaga. Pues nada, como no tenían prisa, les hicimos volverse, para tomar algo en calle Betis. Por cierto, le dije a Paco, que es del Betis, que igual vive en Málaga por eso, porque a lo mejor es un suplicio para un bético vivir en Sevilla, pues por todos lados va viendo esa palabra: Sevilla. Me dijo que no. Y le comenté que pocos equipos tendrán en sus filas a dos jugadores que han bajado a segunda dos años consecutivos (Sergio García y Oliveira). Me dijo mamón, pero de buenas. Pues bien, hace unos días hubo, en contra de Lopera, algaradas y manifestaciones de la gente del Betis. Qué cosas.

También, dándole sin parar a la lengua, al ver, tanto en la Calle Betis –ya al lado del puente de Triana-, como en la Alameda de Hércules, como en muchísimos otros sitios, pues parece estar de moda, garitos en los que dice “Latino” aludiendo a las características de los propietarios, al tipo de música, de ambiente y de bebidas que en su interior se encuentran, nos liamos a divagar: es muy usual dar ese sobrenombre a todo lo que tenga relación con el personal cuya procedencia sea América del Centro y del Sur. Hace muchos años, un amigo colombiano, Álvaro García Hurtado, me dejó un libro de Eduardo Galeano: “Las venas abiertas de Latinoamérica”. Me gustó, me pareció esclarecedor. Y correcto, el apelativo de Latinoamérica, era la primera vez que así lo veía y, ya digo, me convenció ese modo. Sin embargo, pasado el tiempo, creo más correcto, en muchos casos, decir iberoamericano. Para la lengua, por ejemplo: se habla, mayoritariamente, castellano –o español- y portugués. Si en Nueva York vemos algún neoyorquino hijo de aimarás, con cara de aimará, se tiende a decir que es un latino. Seguramente, además del inglés y el aimará, hable español. ¿Y si vemos un alto y rubio mocetón inmigrante, nacido en Transilvania? Es lógico decirle latino, también: su lengua, el rumano, es hija del latín. Si se llaman latinoamericanos por algo más que la lengua, por ejemplo, por las costumbres indígenas, entonces se me cae el chambao: no son latinas en absoluto. En fin, que allí estábamos, tras empapuzarnos de cervecicas, cruzando el Puente de Triana hacia el centro, discutiendo sin estar seguros de nada. Qué bien.

Antonio, que es un puñetero y se estaba cansando de no llegar a nada con la tertulia, se acordó del tema Garoña. Tampoco me parecía a mí un tema para llegar a conclusiones, pues hay manifestaciones en pro y manifestaciones en contra de que se cierre esa central nuclear. Los manifestantes, en su mayoría, supongo, encima son de izquierdas... los de ambas tendencias. Qué cosas.

Finalmente, el viernes, me asomé a comprar el periódico a la Alameda de Hércules y vi a Paco Aguilar la mar de elegante, tocado con un sombrerito, en un carrito sentado, hablando con la gente que pasaba por allí. No quise incomodarle, no le dije nada y me he enterado de algo que hace. Qué bien.





Y me parece que quería decir algo más, pero a estas alturas ya no me acuerdo. Sólo voy a rematar diciendo que cuántas y variadas manifestaciones... y no manifestaciones, en tan poco tiempo.

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