Amanece en el Ganges (en Benarés -o Varanasi-)
Bueno,
ya estoy de vuelta de mi primer viaje de envergadura. He estado en India
durante unos veinte días. En la India del Norte, que es preciso puntualizar
eso, bien sabrá por qué quien lo conozca y quien quiera averiguarlo por
Internet, por ejemplo.
Me ha
resultado impresionante aquello. Aquellas gentes. No ha sido fácil ver malos
gestos, malos rollos y no ha sido difícil ver dispares individuos con distintas
inquietudes, intereses, intenciones… por palmo cuadrado, que es que allí, en
India, la unidad de superficie, cuando se trata de medir densidad poblacional,
es ésa, el palmo cuadrado.
Como
es bien evidente, no aspiro a mostrar absolutos entendimiento y comprensión de
la personalidad del individuo tipo de la India. Sólo pretendo dar a entender
cómo interpreté aquello yo, cómo me afectó o cómo procesé lo que iba viendo.
Desde
que llegué, todo fue un impacto continuo, un raudal de sensaciones, todas de
gran calado, de mucha dimensión emocional, y todas seguidas, sin solución de
continuidad. En medio de la vorágine cotidiana, se observa, uniforme, el
sosiego, la tolerancia, la calma. Como manto común. Y un abigarrado conjunto de
colores, como una eufonía colorista, un sinfín de todo. Cualquier sentido, los
sentidos todos, son afectados y sufren una composición que subyuga, que se te
lleva: miras, ves, hueles, oyes, tocas y gustas todo, y todo es nuevo y es
viejo. Todo junto.
India
te toca, te llega… y en seguida te atraviesa, te conmueve, se te cuela hasta
todo lo hondo. Y te duele. Dolido te deja. Y dolorido. Todas las personas que he
visto son las más amables y cordiales que jamás había conocido. Y generosas.
La mirada
de esta gente es a los ojos. Es directa, ingenua y sincera. Y profunda, como observó
Paquita, una de las compañeras de viaje.
No puedo,
no es éste el lugar, explayarme ni concretar más. Y seguir dando a entender mis
interioridades sólo serviría para repetir, aparentemente, cosas, lo que no
resultaría sino tedioso.
Todo
lo dicho vale para todo el recorrido que hicimos, que ha sido de más de 3.500
kms. Es imposible saber, o siquiera imaginar, cuántas personas, y de cuántas
castas, clases sociales, religiones, sectas y cualquier otra clasificación
grupal humana que se nos ocurra hacer, habré visto. Y, vuelvo a decirlo, todas,
siendo evidentemente distintas en lo individual, se parecen en lo dicho, en eso
que me ha conmovido de tal manera. Vuelvo aquí y me encuentro con tres,
escrupulosamente tontos, que hablan de “españolizar”, de “catalanizar” y de que
los huelguistas son de batasuna… y piensas, sin ánimo alguno de pretender
mantener unido todo este personal que, ya hace siglos, se llama España –y no
fue creado ni conformado por un decreto de anteayer, ni Cataluña, como parte
del Reino de Aragón, fue ajena a su prístina formación, precisamente-, ni
tampoco de disgregarlo, piensas, digo, si esos escrupulosos tontos no tendrán
ganas de enfrentar, provocando a mansalva, o de ganar la poltrona que otorgan las elecciones -pues lo tenía
crudo el Arturito, de no haber tocado la fibra nacionalista de uno y otro signo-. ¿Tan distintos y tan distontos somos, o nos hacen ver que somos, que nos es imposible vivir tres cuartos de hora sin discutir pretendiendo, no ya convencer, sino sólo ganar la disputa? Resulta tan aburrido, superficial y embustero todo esto, que ahora es cuando
siento náuseas, no en la India.
Por cierto.