No es
poca cosa tener amigos que ayuden a pensar. Incluso que hagan pensar. Yo los
tengo, a saber, “in order of appearance”: Ángel, Miguel, Sergio, Jesús… a Mateo
prefiero no meterlo en este saco.
Gracias a estos amigos que nombro, cavilo y vuelo.
Hasta hace nada, y desde hace mucho, me hacían duelo los madrileños, porque han
tenido mucho malo que aguantar. Mucha sanidad despendolada, mucho ladrón y más
de un jeta percibiendo mamandurrias… en fin, una pena.
Ahora, hace unos días, están cambiando las tornas. Aun no siendo yo de mitos,
envidio a los ciudadanos de esa comunidad, los madrileños de Madrid y de
Chinchón y de Buitrago de Lozoya. Porque han aparecido Ángel Gabilondo Pujol y
Luis García Montero y uno ya no siente pena por los madrileños y alivio por no
tener que soportar su "singobierno". Al revés. Con tales dos, dan
ganas de empadronarse en cualquiera de los municipios cuyo gobierno territorial
sea el que esté presidido por uno de ellos. Ambos me parece que tienen rasmia y
ganas, y honradez a sus espaldas, como equipaje. Parecen garantías suficientes,
sin tener que andar poniendo manos al fuego, o zarandajas similares. Parecen
personas serias, personas que van a lo que hay que ir. De eso hace falta.
Ya que sigo en Aragón, aunque la decepción tome forma y ocupe mucho espacio en
este espacio que me toca, aún tengo esperanzas, y por ello sigo convencido de
que lo que sucederá algún día de noviembre próximo devendrá en efemérides a
celebrar con alegría en el futuro. Y con satisfacción.
Espero que la tontería se aparte. Y también la estupidez ilimitada, la
estulticia de quienes consideran tener el poder omnímodo. Es decir, de quienes
detentan el poder. Cometer tropelías insensatas no es privativo sino del
humano. Así que más valía, a quienes están en esa tesitura, pensar en algo que
dijo mi padre cuando tenía una edad que yo hace tiempo superé, y que no por ser
de Perogrullo pierde valor: “lo que no quieras que se sepa, no lo hagas”.