No me acuerdo del
origen, pero sí de que a los felipes, cuando era pequeño, o cuando aún no era
mayor si se prefiere, les decíamos Flip. ¿Quizá por aquella serie en la que había
un protagonista cetáceo, un delfín llamado Flipper, al que llamaba el
protagonista humano, un chaval de carrillos constitucionalmente anchos, que se
le hinchaban cuando soltaba la "pe", o sea, al pronunciar esas
contundentes bilabiales oclusivas sordas? No lo sé.
Ahora me viene al
esmo Flip, para pronunciar al Borbón nuevo. Hasta en la sopa tendremos a
Flipvi. Es algo que cuesta pronunciar, pero se me atraganta más todo lo que
significa de indecencia y de desvergüenza. No sólo la institución que
representa, sino él, él mismo, por ejemplo cuando menospreció a una chavala, en
Pamplona creo que fue, echándole en cara que había tenido un, su, minuto de
gloria. Lo dice él, cuyo mérito es... ¿cuál, qué méritos tiene o se ha ganado?
Y no sólo tiene minutos de gloria, sino que su vida entera es una fantasmada. Es
un oprobio vital, y ahora veo que lleva camino de ser vitalicio, el que nos
propinará a los ciudadanos de mi país. Este chaval, el “meritorio”.
Hay un médico que
conozco “en Zarzuela” –que respetaré y
no mencionaré- al que pregunté en una ocasión… allá por 1999 –alto u baxo- si
la piel, el esófago, el fémur, la safena externa, el hígado, incluso el corazón
de paso y el cerebro, ya puestos, de estos individuos eran distintos de los
correspondientes del resto de personas. Y me dijo que no, que claro que no. Así
pues, que este tipo, el Flipvi digo, se permita decir a una conciudadana
mía que “ha tenido su minuto de gloria” porque le dijo que ella quería una república
como sistema de convivencia, me hace concluir que no es más que un indecente y
que más le valía, si de tan honrado pretende presumir como lo hace de demócrata,
llenándosele la boca al pronunciarlo, irse, abdicar, convocar un referéndum. Y
callarse ciertas estupideces. Por supuesto.