DIGNIDAD

viernes, 23 de agosto de 2013

REFLEXIÓN ASFÁLTICA VERANIEGA

         

Entradica del Pablo Serrano de Zaragoza


Me gusta a mí el tranvía de Zaragoza.

Lo uso con alguna frecuencia. Me gusta disfrutarlo, así que, mientras en el metro de Madrid llevo en ocasiones algo que leo, en el tranvía de Zaragoza no. No quiero porque el recorrido mayor que suelo hacer es de unas 11 o 12 paradas –desde Parque Goya hasta la Gran Vía- y es muy entretenido mirar. Me encanta ver Zaragoza y ver desenvolverse a los indígenas, tanto los de fuera como los que viajan conmigo. De modo que suelo estar siempre alikindoi; ni siquiera por el periódico desperdicio la oportunidad.

Ayer observé que, a mi alrededor, la mayor parte del personal estaba ocupado con sus móviles. Me refiero a aquellos que estaban solos. Uno de mis entretenimientos siempre ha sido contar. Cuento cosas que veo, no sé, baldosas, pisos, etc. Y me dio, pues me pareció muy llamativo, por contar las personas que estaban absortas con ese aparatejo, no sé si refugiándose en él, parapetándose en él, o qué. Pues bien, descontadas dos parejas, una de ellas con crío incorporado –era una pareja de tres, pues-, es decir, descontadas cinco personas, íbamos solos –solitarios- en el trozo de un vagón que yo más o menos podía abarcar y que circunscribí, para poder contar, a “entre dos puertas”, 12 indígenas. Y de esos 12, nueve -¡nueve, sí!- iban concentrados en sus móviles, algunos oyendo música, sospecho, pues estaban conectados con un cable sus orejas y el aparato en cuestión; otros pasaban los dedos por la pantalla, e, incluso dos, usándolo para lo que prístinamente parecía estar concebido, o sea, para hablar con alguien ausente (tele-fono).

(Esto que cuento llamó mi atención, me hizo gracia y, pues sé que hay detractores acérrimos de esta costumbre, pensé en escribirlo aquí, en el blog. No sé si suscitaré que alguien haya que entre a opinar al respecto. No lo creo, parece que no es práctica habitual.)

No soy proclive a denostar lo que hacen mis semejantes, salvo que hagan algo mal, algo que sea o esté, y de manera palmaria e irrefutable, mal. Lo digo porque las personas que no tenían a mano alguien conocido con quien hablar, como las cinco que formaban parte de las dos parejas que he desechado para mi estudio antropológico sociológico tranviario, pudiera ser que estuvieran estableciendo o consolidando, al menos en su mayoría –si “chateaban” por el “WhatsApp” o el “Line”, por ejemplo, o hablando de manera convencional-, comunicaciones o vínculos, al contrario de lo que muchos otros hablan al respecto, diciendo que con estos usos y costumbres lo que se instaura con facilidad es la incomunicación. Puede que, mientras se desplazaban, unos escucharan música tipo Heavy Metal o de Eric Satie, o una clase de bioquímica, el ciclo de Krebs por ejemplo. Puede que no tengan la curiosidad que tengo yo y, a lo mejor, los otros dos indígenas que, solos, tampoco manejaban algo que les aislara del entorno. O que sean muy tímidos o “lo siguiente”, ultratímidos, de manera que les es de utilidad ese escudo que se ponen para salvaguardarse del resto del mundo que podría agredirles, que es, al fin y al cabo, el mundo más próximo. En fin, que me resultó curioso y aquí hago crónica de eso que ayer observé: ¿que está bien o mal esto de usar los “Smartphones” en lugar de mirar a la calle o alrededor? No me atrevo a decir ni sí ni no.

Ahora bien, en caso, concreto y distinto del que describo, de que, inmersos en un grupo afín, hubiera quienes, sin cesar, estuvieran atentos sólo al artilugio de marras, absortos y abducidos por él, sí. En ese caso dejo de dudar, para afirmar que no me gusta que así sea.