DIGNIDAD

martes, 23 de noviembre de 2010

20 DE NOVIEMBRE


Estuvimos corriendo Mateo y yo, después de tiempo sin siquiera vernos, el pasado sábado, día de San Crispín. Nos encontramos al empezar el Caminico Estrecho. Ha estado algo tocadillo desde fiestas. Del corazón, me dijo, pero nada cardíaco. En fin, que parece haber sido un inicio de otoño similar para unos cuantos.

Tensábamos la marcha, teníamos ganas de camino. Dijo que aquella noche tenían –así, en plural- una celebración. Aunque me resultó chocante, dado el día en el que nos hallábamos, me cuidé de hacérselo saber: esperé a que contara algo más, a que me aclarara la cosa, si algo había que aclarar. Y si lo quería hacer, por supuesto. Una vez volvimos a ponernos a la par, después de trasponer por la Canaleta’l Indio –por donde se ha de ir en ringlera o fila india-, me dijo que conmemoraban las muertes, acaecidas ese día en diversos años, de Durruti y de Tolstoi. Porque ambos mostraban una inclinación, en lo ideológico, similar (anarquista). Empero, seguía hablándome, el primero no le hacía mucha gracia por lo, según dicen, bestia y pendenciero; por lo primario que, por lo que parece, fue. O sea, resumiendo, que no le cuacaba por las maneras. Tolstoi, en cambio, como pacifista librepensador y como coherente, tanto que incluso a Gandhi encandiló, le resultaba más agradable, le resultaba más cercano. Por supuesto, no despreciaba a ninguno de los dos. Cada uno hizo con su vida lo que consideró y ambos, para la causa anarquista –para la visión ácrata peculiar de mi amigo, se entiende-, le parecen válidos. Así pues, sin ser él mitómano o idólatra, incluso más bien tirando a lo contrario, a lo iconoclasta -creo yo-, consideraba que, no siendo de homenajes, una vez le hubieron propuesto la dicha cena y celebración, más que homenajear a dichos personajes, lo que realmente apetecía era mostrarse como vindicador de ellos, de gentes de ese calado personal e ideológico. Hacer expreso, por evidente, su ideario. Ya puestos, añadió, podríamos conmemorar un nacimiento, el de Voltaire, que es, según me parece, un digno representante de un talante contrario al fanatismo y era inteligente y culto y honrado y trabajador. Al fin, acabó confesando que, amén de todo esto, también había otorgado peso a la intención de acudir a la cena la presencia de alguna de las que la habían convocado. ¡Acabáramos!

Por eso tengo tantas ganas de verlo. Sabía que difícilmente íbamos a coincidir el domingo por los embarrados andurriales que frecuentamos para correr, pues la hora no parecía decente como postre de una buena noche. El vermú también parecía hora temprana, aunque, aun así, lo buscaba estirando lo que podía mi cuello y haciendo entrenar a mi visión lejana y cercana. Luego, en el cine, tampoco lo vi. Puede que estuviera por las butacas de arriba, pero lo dudo porque le había dicho yo que, una vez hube insinuado que iba a quejarme por escrito de cómo se lleva a cabo la exhibición de películas en el Salón de Actos de la Casa de Cultura, la directora me dijo que esperara, que había hablado con el Operador y le había dicho que hiciera lo que debe: exhibirla por completo, es decir, no cortarla en cuanto aparecieran los créditos del final. Y eso no sucedió. Esta vez dejó algo más de tiempo, pero cortó antes del final. Así que, de haber estado mi amigo Mateo, seguro que me habría dicho algo al respecto. Sigo sin entender por qué lo hace ese señor. Ya no considero yo que veo cine en plan barato: en Zaragoza es verdad que pago más, pero también lo es que elijo película, día y hora, me siento en buenas butacas, la exhibición no tiene problemas –que, en el caso que nos ocupa, raro es el día en que no hay un problema de luz, de sonido, de coordinación…- y, sobre todo, si quiero, la veo desde que empieza hasta que acaba, o sea, veo todos los créditos, todas las letricas.

En fin, mi amigo Mateo, que por ahora anda desaparecido, ha de contarme cómo fue su libertaria celebración del 20 N. Sé que habrá cosas que no podré decir aquí.

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