DIGNIDAD

viernes, 17 de septiembre de 2010

LABORDETA


Va bien este verano. Aunque no todo va bien. Pero las cosas que no van bien, no tienen que aparecer por aquí. No todas, mejor dicho. Además, a una de las que están en el capítulo de “privado”, siendo amarguica, puesto que no atisbo solución, no tiene sentido que le dé vueltas. Ni que me amargue, por tanto.

Me enteré de que había salido un libro de José Antonio Labordeta, el titulado “Regular, gracias a dios”. Me lo leí el mismo día que lo compré. Me enteré de muchas cosas. La mayor parte de las gratas, las conocía. Pero me dolió mucho saber otras: que está mal.

En él cuenta que, cuando se enteró del diagnóstico y, por tanto, pudo percibir el alcance de aquello que indicaba un PSA distinto del que fundara con Emilio Gastón, Juana se fue a casa y él al Levante. Pudiera ser que ese día lo viera allí yo. Cuando vivía en Málaga, me escribí con él –pocas cartas, él lo hacía a máquina, decía que tenía una caligrafía infernal, como dice en el libro-. Luego, ya de señoría, le felicitaba, vía internet, todos los dieces de marzo. Un día lo vi en el Café Levante. Fui a recoger a Mariajosé, que venía de Madrid al garaje de Ágreda Automóvil, y nos tomamos algo allí. Lo vi solo, callado. Me apetecía identificarme, pero me pareció que no tenía por qué abordarle, que a él, por mucho que nos hubiéramos escrito, pudiera no apetecerle. En fin, como dice en la entrevista que le hace Castro en “Borradores” cuando habla de su relación con Paco Ibáñez, lo mismo que él era tímido, quizá por timidez no me acerqué a decirle nada, y a lo mejor no tanto porque no me pareciera apropiado molestarle, pues parecía estar a gusto a solas. ¿Quién sabe? Pudiera ser ése el día del que habla en el libro, el día en el que, tras enterarse de que tenía cáncer, se fue a echar una caña y un pincho de tortilla.

José Antonio está muy jodido.

Llevan dándole premio tras premio una temporadica ya. Parece que, viéndolo así, hayan decidido recompensarle antes de que muera, con prisas. Seguro que él lo piensa y lo ve.

A poco de llegar a estudiar a Málaga mi hermana y yo, entramos a la que me parece mejor librería de allí y de una muy amplia redolada, a Proteo-Prometeo. Ojeando por los estantes, descubrimos dos libros juntos: “La escasa merienda de los tigres”, de Miguel Labordeta, y “Poemas y canciones”, de José Antonio. A éste lo habíamos visto tocar en Tauste, el 6 de septiembre del año 75. De Miguel nos enamoramos por ese libro. Luego, también en Proteo, he ido comprando la mayoría de los que tengo de ambos. Y el último, el “Regular, gracias a dios”, también. También adquirí allí el primero de Ángela, “Rapitán”.

Hay quien ha denostado a José Antonio. Comprendo las discrepancias (los denuestos no): nadie gusta a todos. Pero hay una crítica que me molesta, es la que alude a sus cambios de chaqueta. Lo oí hablar en una entrevista que le hicieron en la radio, a poco de las últimas elecciones, cuando se volvió de Madrid –a lo mejor la entrevista iba por lo de la presentación del “Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados”- y en ella reconoció errores. Mostró humildad, después de los años que lleva por ahí dando la cara; mostrarse humano y, por ende, falible, es algo que supo hacer. En cambio, esos integristas que vociferan de continuo los “fallos” del resto, de aquellos que no son como ellos, tienen el problema de no reconocerse normales, por decirlo así, pues atribuyen al resto los fallos todos. Me viene a la cabeza un algo que escribí, en lo que se refiere al asunto de cambiar, una cita de Cesare Pavese.

Ando yo inmerso, desde hace ya unos años, en un tema como el tuyo y, por ahora, parece que me voy escapando. Quisiera decirte, José Antonio –no sé si leerás esto- que el ánimo es fundamental para superarlo o, cuando menos, sobrellevarlo. Mis oncólogos me lo han ido confirmando: dicen que, si no, que sin él, no se explican lo mío. Creo que es así, que es fundamental, estoy seguro. Y me refiero al ánimo en serio, no a un optimismo ilusorio o falaz. Y en el libro me ha parecido atisbar un… un lo contrario. Si vamos a vivir una sola vez, me parece que no debiéramos perder ni segundos, es decir, si supiera que mañana me iba a morir, yo no iba a apesadumbrarme las horas que me quedaran, porque, sólo con eso, ya las estaría desperdiciando.

Un abrazo y mucho ánimo –y humor que no falte-.

Deseo que sigas mucho tiempo vivo vivo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mucho ánimo tambien para tí, y que sigas escribiendo.

Rockberto dijo...

Muchas gracias por ese deseo que a la vez parece encomio. No creo que me falte, a estas alturas, visto lo visto y vivido lo vivido.

Ya lo digo, ya se lo dije a él: sin ánimos no se vive, se tenga cáncer, orzuelo, pelos o nada. Mientras se respire, hay que vivir.

Vuelvo a agradecerte lo dicho... y me gustaría que me lo dijeras cuando me veas -a nadie diré quién eres-