DIGNIDAD

jueves, 12 de noviembre de 2009

MON VOYAGE À PARIS


Un pedestal, sin inscripción alguna
y sin estatua alguna (están locos)

Mi querida, mi muy querida y añorada Mireille:

He estado callado, pero no quieto, durante todo este tiempo. Claro, ha habido bastantes cosillas. Como ya te he dicho, he estado en París, entre otras. En tu Paguí –hay que ver, cómo se pega el deje-. Y te envío imágenes que me parecen adecuadas (ad hoc, te acuerdas, ¿no?).

Nunca había ido yo por allí. Aunque soy muy de mirar, ver y disfrutar la arquitectura, amén de otras artes, fíjate que no me seducía tanto, quizá por haberlo visto en muchas fotos y películas, por resultarme tópico. En fin, que tenía ganas, pero no de lo típico.

Es verdad que es digno de ver, eso no lo voy a poner, siquiera, en entredicho.

Para empezar, nuestro hotel estaba en el corazón de Montmartre. Al primer sitio que fuimos –antes, incluso, de subir las maletas a la chambre à coucher- fue al cementerio del Norte, al Cimètiere de Montmartre. No soy mitómano, precisamente, pero me gustó ver la tumba de Truffaut, lo austera que es. Me gustan mucho sus películas –“Les quatre cents coups” bien sabes que es una de las que prefiero de toda la filmografía mundial del mundo-. Vimos también, cómo no –está en la entrada, bien grande- la de Zola. Y nos encontramos con las de Stendhal y Berlioz –ah, su "Symphonie fantastique"-.


La tumba de Truffaut, mi edad tenía cuando murió

Después nos asomamos al Mercado de las Pulgas. Luego, al Sacré Coeur. En fin, fuimos por zonas completamente turísticas. No me apetecía a mí ver tanto turista. Quería ver a los indígenas parisinos. Quería ver cómo se desenvolvían. Lo conseguí por la zona de la rue Lepic, cerca de la Place de Clichy –que, por cierto, menudos precios llevan los restaurantes que me recomendaste en esa calle, La Divette du Moulin y el Lux-. Allí abajo, en Pigalle, como parece habitual, el Moulin Rouge suele defraudar. Pero yo me lo esperaba, así que me dio igual. Sí que me fijé en algo de lo que no os había oído hablar, y que está al lado, le Musée de l’érotisme.

El día siguiente al de la llegada, como habíamos quedado con Christophe y Amélie en la puerta del museo de Rodin, pero por la tarde, nos fuimos por la mañana a ver cosas. Nada más llegar a les Tuileries, había una mani en contra de Lagerfeld, que exponía la moda prêt-à-porter de la primavera que viene. Decían las pancartas que tenía las manos manchadas de sangre. Y seguí disfrutando del modo de desenvolverse los indígenas parisinos –que, dicho sea de paso, llamo indígena al parisino de cualquier color, sexo o edad al que se le nota, y se le nota, no por el glamour, como me dijo alguien antes de ir, sino, no sé, otra cosa, otro estilo, quizá el indígena de París es “chic”-. Se les ve hasta haciendo deporte, hasta a una mujer mayor, a las mil y mona, paseando el perro por la calle Damrémont, sin preocuparse de que la miren. Y, además, las indígenas mujeres, jo, en general, qué guapas, qué atractivas son (fíjate en la reportera de la derecha de la foto de ahí abajo, la de la mini negra).


Bueno, que me voy del tema y va a salir muy larga esta carta. Te quiero reprochar que no me avisaras de que existe el museo de L’Orangerie. Menos mal que, curioseando la manifestación y las manifestantas, fotógrafas y modelas, vimos allí al lado una edificación y, como prisa no teníamos, nos acercamos a ver qué era. Menos mal. L’Orangerie, el templo, se me ocurre decir, de Monet. Disfrutamos de Les Nymphéas. Por supuesto, no menosprecio a Paul Guillaume, ni a Cézanne, Renoir, Rousseau, Modigliani, Matisse, Picasso, Derain, Utrillo o Soutine, ni, en fin a todo lo que hay allí, pero los Nenúfares, no sé si decirlo, lo eclipsan todo. Para mí, claro. En fin, lo disfrutamos. Y no nos cansamos: es pequeño y se puede ver con calma y por entero.

Después nos dimos la paliza de, andandito, acercarnos por la Avenue des Champs-Élysées hasta la Place de l'Etoile para ver el Arc de Triomphe. Luego de subir (dos veces) los no sé cuántos escalones que tiene, volvimos a bajar y nos metimos hacia Les Invalides, pasando por entre Le Grand Palais y Le Petit Palais, para atravesar el río por el Pont Alexandre III (algo hortera ya es, ya). Y de allí al Musée de Rodin. Éstos no habían llegado aún, así que, como era pronto y supusimos que lo conocían, nos metimos. Y, no te lo pierdas, algunas de las esculturas que faltaban están expuestas en Málaga hasta enero de 2010. A ver si aún me da tiempo de bajar y verlas.

Le Penseur

Cuando salimos, allí estaban los dos esperándonos. Y se sorprendieron de que apareciéramos por su retaguardia. Fue muy agradable nuestro encuentro, hacía dos años que no nos veíamos –bueno, con Amélie he estado este verano en el Pirineo, pero ésa es otra historia-. Fuimos paseando hacia L’Ile de la Cité, para ver Notre Dame y todo eso. Pero, lo mismo que les dije, te digo: sin quitar mérito, pues lo tiene, me cansaba de ver semejantes suntuosidades. Muy bien hechas, muy majas, pero, por un lado, tantas y tan similares y ordenadas, y, por otro, eso, tan suntuosas, me cansaban. Llegamos al Orsay y, jolín, qué decir, es difícil decir alguna palabra nueva, si no imposible, para calificarlo. En L’Ile, empiezas con La Conciergerie, sigues por la Petit Chapelle, le Marché des Plantes –por cierto, los periquitos allí están más baratos que aquí, las jaulas no, que son mucho más caras-, Notre Dame... qué sé yo, es todo una maravilla. Y, otra vez por cierto, se celebraba algún acto litúrgico y aquello estaba atestado, para que luego digas que aquí el personal es beato. Pero, en fin, mejor ir tranquilo y, por supuesto, no dejar de observar al personal, eso de ninguna manera –bueno, vuelvo a lo mismo: los turistas son, o somos, iguales en todos los sitios, yo me refiero, aunque me digas pesado, al personal de allí, los indígenas, los "chics" parisinos-.

La Sainte Chapelle chapada: había un concierto y
menuda forma -cutre- de anunciarlo

La parejita estaba fresca, y nos propusieron dar un paseíto por Montparnasse, barrio Latino y eso. Pues nada, emprendimos y por el Bvd. Saint Germain seguía alucinando viendo cosas y viendo gente, pero los kilos de metros que llevábamos andados estaban haciendo mella ya en nuestras piernas. Nos metimos en un Bistro –al que nos invitaron ellos, que nosotros vamos pelín escasos monetariamente hablando-, al lado mismo del boulevard, el Chez Toutoune. He averiguado –me lo dijo la loca de Amélie- de dónde procede la palabra Bistro –o Bistrot, como se prefiera-. No sé si sólo es una de las teorías o leyendas, sin que sea la segura, pero me la quedo, es la que más me gusta. Aunque no sé por qué, quizá por lo que signifique de eclecticismo, de lo contrario del chauvinismo, estereotipo tan parisino, por otra parte. Ya me dijo que tú también lo sabías. Nos recompusimos muchas partes del cuerpo, y charramos mucho y bien. Quedamos, además, en que el día siguiente ("al otrol día", no te olvidas, ¿verdad?) nos pasearíamos por algún otro sitio, conociendo nuestros gustos, para que no todo fuera ver cosas típico-tópicas. Eso sí, a partir de las cuatro o así, pues trabajaban. En el Toutoune no sólo es provenzal la comida: aún no nos habíamos sentado cuando empezó a sonar Les copains d’abord. El bueno de Brassens; me encanta que me aparezca hasta en la sopa –después de ella, famoso primer plato del lugar, nos comimos unos "moules" que para qué quieres más-. Y nada, hablamos de ti. Mireille, los cuatro estuvimos de acuerdo –aunque Mariajosé te conozca menos, también te conoce- en que, aun siendo tu amado Sète la leche, no parece que te esté haciendo bien seguir tanto tiempo allá. Todos creemos que, o te vuelves a Paris, o te vienes a Tauste, que son los sitios en los que has sido feliz y has estado en tu salsa. Sète es precioso. Es tranquilo. Es... muchas cosas es. Pero en Sète te consumes. De todo, de inactividad, de melancolía, de todo lo pasado y de ti misma. Te digo esto porque te quiero, no para fastidiarte.

Chez Toutoune


Bueno, que sigo. Nos acompañaron hacia la parada del metro de la rue du Bac. Justo antes de llegar, inopinadamente, apareció la iglesia de Saint-Germain des Prés. Nadie me había advertido y, chica, eso sí que fue un impacto. No me lo esperaba. Me dejó tocado. Muy impresionado me quedé. Es imposible saber qué me resultó de más maravilla, si el interior o el exterior (dentro de la iglesia, la Chapelle de Sainte Geneviève -es el nombre de mi madre, por cierto-, es la que ves ahí arriba).

Roberto y Mariajosé, en La Grande Place de Bruselas

Llovía a mares el siguiente día, así que nos fuimos en bus (por cierto, allí no vimos pagar ni a una décima parte de los indígenas, tan “chics” ellos, que se montaron. En Bruselas, donde también sucedía eso –bueno, allí no vi a nadie pagar, no al diez por cien, sino a nadie-, no me extrañó tanto. Bruselas, siendo también cosmopolita, la percibo joven o, quizá, más provinciana -aunque no estoy seguro de haberme explicado bien, sé que me entiendes- y, por tanto, ese acontecimiento es más de esperar. En Roma he oído que sucede lo mismo. También, y en este caso porque son italianos, bueno, romanos, es algo que no suena a inusitado, incluso, por el contrario, parece que piensas que así ha de ser. Pero París es ecléctico y no lo es desde ayer. Incluso Bruselas, aun contando con tantas culturas entre sus componentes, me parece que aún no ha llegado a asimilarlas todas, aún hay estanqueidades muy marcadas. En París, como toda megaurbe, habrá zonas e incluso “ghettos”, no digo que no, pero la cosa está asimilada, como te digo, la cuestión cultural existe no en lo uniforme, pero sí en cuanto a que existe el indígena parisino –que, por otra parte, no creo que tenga que ver con la patochada que a Sarkozy se le ha ocurrido con lo de la esencia de lo francés-, que es una persona compuesta de muchas culturas asimiladas que forman un ser completo y equilibrado o armonioso... aunque, pensando en “La elegancia del erizo”, se me viene abajo el "chambao"). Fuimos, como te digo, al Louvre y esas cosas, todas muy chulas. Yo, desde muy joven, tenía ganas de ver el Centro Pompidou. Y, por fin, lo conseguí. Días después, pocos, en el Caixa Forum de Madrid, vimos un monográfico de arquitectura y una sala entera fue para Richard Rogers, quien habló en un vídeo de Renzo Piano, y Gianfranco Franchini, los tres que lo habían diseñado. No me digas que no es casualidad. Luego, y aunque con no muchas ganas, nos encaminamos a Les Vosgues. Y, nueva sorpresa, el acceso, por obras, era a través del Jeu de Paume. ¡El Jeu de Paume! Sin buscarlo, sin haber programado verlo, me di de narices con él. Otra suerte. En Les Vosgues nos reímos viendo los precios de las casas, pero, sobre todo, por las comisiones de las inmobiliarias: había una que se vendía por tres millones y tres cuartos y la inmobiliaria percibía un millón setecientos mil. En serio. No sé cuánto podrá costar la casa de Victor Hugo, que está allí, en el número 6 me parece. Vente pa España, Mireille, que te lo puedes permitir.

Un pedacico del Jeu de Paume

Bueno, que he de abreviar. Nos encontramos a eso de las cuatro en la Place de la République, tras subir desde la de la Bastille.


Una lección de aparcamiento

Nos llevaron, tras pasearnos por el Port de la Rapée, nuevamente al Pont Neuf, donde nos montamos en un cacharro de la empresa, creo, "Les Vedettes du Pont Neuf" para dar la clásica tournée de una hora por la Seine. Y después, en su coche –tela, cómo conducen estos indígenas, si hay embotellamiento, que los hay cada dos por tres, se van al otro carril o lo que haga falta, eso sí, no vi mosquearse a nadie, aunque tocan la bocina rápido, pero sin acritud, en serio te lo digo-, fuimos a Jazz em Montmartre. Es una zona muy guachi en la Place des Abbesses, rodeada de árboles, en la desembocadura de la calle Vieuville a la plaza, ahí está ese rinconcico. Está enfrente, te lo digo porque me hizo gracia, del llamado Mur des je t’aime... Están al aire libre, que no te lo había dicho. Allí tuvimos la potra de ver el trío de free jazz que forman Andrew Cyrille, Oliver Lake y Reggie Workman. No me extiendo, porque no va a caber la carta en sobre alguno, pero ya hablaremos de ellos cuando nos veamos y nos dé por hablar de música. Sólo te digo ahora que lo pasamos de miedo.

Ahí, más arriba del metro, está la zona que te digo

Después nos dejaron en el hotel y nos despedimos, que salían para Berlín al día siguiente –no sé a qué congreso asistían- y, cuando volvieran, ya nos habríamos marchado nosotros. Quedamos en vernos, contigo, en breve, aquí o donde sea.

Al día siguiente, en fin, nos acercamos al Musée de L’érotisme. Tampoco había oído hablar de él, como te he dicho al principio. Está en Pigalle, por si lo desconoces –bueno, qué tontería: puedes buscarlo en internet-. También lo disfrutamos. Tomé nota de algo que había escrito allí. Te lo escribo, para ir acabando:

"Contrairement à l’Occident, où le plaisir a toujours été considéré coupable, en Orient, le sexe y était considéré comme source de félicité et de santé".

Ya sabes que me gustan los dessins de Barbe. Voilà

(vimos una exposición suya en Le Musée de L'érotisme)

Pienso volver a París. Espero verte, Mireille querida, allí.

Un beso.


Para quienes no sepan francés, ahí va la traducción del párrafo: "Contrariamente a Occidente, donde el placer ha sido siempre considerado culpable, en Oriente, el sexo era considerado como fuente de felicidad y de salud".

Y por si queréis saber o ver más cosas -Mireille las conoce todas, creo-, ahí pongo algún enlace:



3 comentarios:

JAIME CARBONEL dijo...

Fantástico, Roberto, el paseo que nos has regalado por la Ciudad de la Luz.
Me llama la atención la última frase sobre el sexo, porque me recuerda a algo que encontré al realizar mi trabajo sobre el Tauste Islámico del siglo XI, que venía a decir que "si bien en el Cristianismo (Occidente) el placer y la posesión de riquezas terrenales era algo pecaminoso (más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos, aunque después... tú no veas), en el Islam (Oriente), si bien se condenaba la avaricia, se consideraba a las riquezas y al placer terrenal como un bien de Dios, un instrumento para lograr la felicidad y disfrutar de esta vida, a modo de anticipo de los goces de la vida futura.

Rockberto dijo...

Gracias, Jaime.
Y sí, así es, en cuanto al Occidente del que hablamos, desde que a los próceres de la Iglesia se les ocurrió dejar la línea o corriente filosófica aristotélica -para poder seguir mandando, y hacerlo en plan "tener en un puño"-, acarrazando lo dicho por Agustín para usarlo como doctrina... allá por el siglo IV. Que se dice muy pronto. Y siguen, como puedes ver en los ejemplos de la siguiente entrada.

Rockberto dijo...

Ah, que se me olvidaba: creo que hubiera podido disfrutar más de París contigo al lado explicándome arquitecturas y urbanismos.
Y, probablemente, aparte de tu ineludible "cosa" profesional, también habrías disfrutado de la observación de los indígenas.