DIGNIDAD

jueves, 13 de agosto de 2009

METAFÍSICA U QUÉ SÉ YO (The inner life, me se valga)




Ayer alguien me dijo que “hay que hacer más vida interior”. Lo entendí. El gesto de pesadumbre, además, me indicó que consideraba que su vida estaba siendo frívola. Y que no le gustaba.

Estoy de acuerdo en que la vida superficial es una vida sin sustancia. Y en que, para una vez que se vive, es mejor aprovechar. Me fijé en esas mariposicas blancas que mueren en una noche: estaban sin parar de moverse, aleteando y reptando, buscando comida hasta que morían. Hasta el último momento seguían alimentándose como con frenesí, como con ansia. Ellas no sabían lo que yo: que ni siquiera iban a poder digerir lo que ingurgitaban, que su trascendencia es inexistente. Pero yo también sé de nuestra trascendencia, la de los seres superiores que somos los humanos: la misma que la de la mariposa, o sea, ninguna. No nos diferenciamos tanto.

La vida interior, realmente, es la única vida que tenemos. Pensemos en qué sucede alrededor. Tenemos acceso a la información de lo que ocurre, bien de primera mano –observamos acontecimientos que pasan ante nosotros- o bien por intermediación de otros –leemos, vemos u oímos lo que sucede, sin que nosotros lo hayamos presenciado-. Una vez informados, adquirimos el conocimiento del hecho, lo procesamos y es entonces cuando nos emocionamos, de la manera que sea. Es decir, la cosa no es la que provoca que sintamos, sino conocer la cosa. Por ejemplo, se muere un amigo ahora mismo en Sebastopol y nos enteramos dentro de un año. Padecemos, penamos, a partir del año que viene, cuando lleva nuestro colega –que en paz descanse- doce meses criando malvas.

Cada uno es una isla. Para cada uno, todo está en función de cada uno. Lo único que sabemos realmente es lo que nos pasa y lo que vamos sintiendo acerca de ello. Es como si no nos moviéramos, como si todo girara alrededor de nosotros. Como si no nos desplazáramos, no fuéramos a los sitios, sino que los sitios nos vinieran. Siempre que estamos conscientes, percibimos lo nuestro y lo alrededor; o, lo que es lo mismo, a nosotros y a la periferia colindante, ambos como tales.

Hasta el más dicharachero guarda algo dentro. Nadie puede –algunos, ni quieren- mostrar su interioridad completamente: todos tenemos emociones, todos podemos nombrarlas. Pero cada uno tiene matices propios, individuales, distintos a la hora de procesar la información, que son los estímulos que provocan después nuestras emociones. La emotividad es distinta, asimismo. Por tanto, cualquier esfuerzo por expresar al otro la absoluta y completa descripción de nuestra interioridad, es infructuoso. Pero no pasa nada: podemos acercarnos mucho y acercar a nuestros próximos a nosotros. Veamos a Gandhi, por ejemplo.

Es decir, repito, la única vida, real, que tenemos, es la interior. Así que no estoy completamente de acuerdo con aquella frase del principio que ayer se me dijo: hay que hacer más vida interior. Pienso que lo que realmente quiso decir, o, al menos, lo que yo creo que hay que hacer, es ser conscientes de esa vida interior, la única vida. Ser conscientes con objeto de poder ser dueños de esa interioridad para poder disfrutarla, disfrutarnos. Ser conscientes de nuestros límites, pero tratar de ampliarnos, de crecer y enriquecernos (ojo, no hablo del enriquecimiento pecuniario). Disfrutar de una fidegüá en el refugio de Lizara, y de la mera contemplación tras subir al Foratón. O contemplar la Torre de Tauste o el paisaje que nos ofrece desde arriba. Tenemos la ventaja de que nos sabemos, es decir, sabemos que somos, cosa que, al parecer, las mariposicas de la luz –y la mayor parte de los otros bichos, los no humanos, según creo- no tienen.

¡¡¡No he tomado nada raro!!! A no ser que fueran alucinógenas las borrajicas que me he metido a meyodiya –que estaban de alucine, por cierto-.

1 comentario:

JAIME CARBONEL dijo...

Buenísssiiimmmo. Me ha encantado, Roberto. Vaya reflexión que te has cascado sobre la vida interior, la isla, la comunicación, el intento de aproximación con los que nos rodean..., y qué bien expresado. ¡Y qué difícil es a veces!. Cuántas veces estamos rodeados de mucha gente, nos estamos comunicando (o intentamos comunicarnos), pero realmente no dejamos de estar en nuestra isla personal, completamente solos, sin conseguir llegar a establecer ese contacto que pretendemos.
No sé si habrán sido las borrajas, pero te ha salido de alucine.