Esa noche llamábamos a gente que fue informándonos de lo poco halagüeño de las perspectivas que se vislumbraban.
El día 19, al levantarnos, teníamos la “luna” llena de ceniza. Cuando a mediodía volvíamos de Zaragoza, desde Alagón se veían las llamaradas por la Plana. Hicimos alguna foto.
También nos dio tiempo a oír por la radio comentarios emitidos por dos personas con cargo: José Luis Pola, como alcalde, opinó que no se habían hecho las cosas bien, que se había empezado tarde a actuar. Javier Lambán, como presidente de la Diputación, no dijo nada. Le preguntaba el preguntador acerca de si se había actuado correctamente por parte de los militares y dijo que los efectivos de la Diputación, de quien era jefe, lo habían hecho de manera soberbia, sin tacha. Que estaba absolutamente satisfecho de su funcionamiento. El preguntador insistía, pues no contestaba a lo que le preguntaba, que se basaba en lo dicho por nuestro alcalde... pero Lambán seguía diciendo que todo se había hecho de la mejor manera, divagando en suma, y de ahí no hubo manera de sacarlo. Independientemente de mi relación con José Luis, a mí me pareció que expresó una opinión y el otro se limitó a no ser díscolo, para conservar su trono, supongo yo. Aún oímos a Ismael Sanz, que se expresó muy bien por cierto, como es habitual en él, decir que si a alguien le arde un campo y prohíbe que entre nadie en su propiedad a apagarlo, como se empecinara, seguramente acabaría en la cárcel.
Ya hace unos días desde el Chandrío. Bueno, desde que se produjo el chandrío, que, las consecuencias, pa días. Aunque a lo mejor el chandrío es consecuencia, y no causa, de otros chandríos.
No, yo no fui a la mili. No quería ir, me sabía malo, no sabía a qué fin ir. No sabía, ni sé, para qué sirven los militares.
A lo mejor es necesario el ejército. Quizás, de no tenerlo, estaríamos invadidos, a estas alturas, y ni seríamos aragoneses ni andaluces ni españoles ni nada. A lo mejor hablaríamos hoy en suomi o tagalo, por ejemplo, porque nos habrían invadido gentes de por ahí, de Finlandia o Filipinas, que me ha apetecido poner los dos primeros países que me han venido a la cabeza. Y, por casualidad, empiezan por efe sus nombres. De todas formas, sigo pensando que la necesidad de los ejércitos demuestra que no se sabe vivir, que no se tienen habilidades para resolver conflictos, como digo en otro lugar, en su primera parte.
Ya que los tenemos, parece lógico que se entrenen. No servirían de nada si no lo hicieran. Para que se entrenen son precisas dos cosas: sitio y perras. Las perras ya las tienen (en los Presupuestos Generales del Estado para 2009, se han adjudicado al Ministerio de Defensa 8.240.770.710 €, o sea, ocho mil doscientos cuarenta millones, setecientos setenta mil setecientos diez euros; al de Medio Ambiente, y Medio Rural y Marino 4.813.932.310 €, o sea, algo más de la mitad que a aquél; al de Educación, Política Social y Deporte, 3.819.284.040 €, que son tres millones de euros menos de la mitad de lo asignado a Defensa; al de Cultura se le asignan 836.665.000 € y al de Sanidad y Consumo, 760.020.640 €). El sitio, ya sabemos: uno de ellos es San Gregorio.